El gabinete del doctor Frankenstein

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El curioso método de reconocimientos y sanciones con que el chavismo reemplazó los parámetros que los gobiernos civiles y democráticos (y aun las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez) utilizaban para promover o penalizar a los cuadros administrativos según sus méritos –la meritocracia, sistema por el cual eran elegidos los mejor preparados para ocupar determinados cargos, fue anatemizada por Chávez en persona y en cadena nacional cuando decidió destruir a Pdvsa–, pone en evidencia al menos dos cosas fundamentales.



Primero, que en las filas del PSUV y las organizaciones que se encaramaron en la revolución para beneficiarse de nombramientos burocráticos y vulgares canonjías no hay materia gris para ensamblar un equipo de gobierno medianamente competente.



Segundo, que las sanciones están reservadas para los que critican el mediocre desempeño de la administración pública y que los premios van a parar a quienes destacan por sus comportamientos rayanos en lo delictual, tal los narco militares promovidos a ministros cuando fueron señalados como cabecillas y cómplices del tráfico de estupefacientes y sustancias prohibidas.



Lo dicho hasta ahora no es nada nuevo, pero hay que insistir en ello porque cada vez que el doctor Nicolás Frankenstein intenta reanimar su corpus mandante, lo hace sobre la base de retazos de una moribunda nomenclatura que, de acuerdo con los cálculos del gobierno real, el que no se exhibe, pero se hace sentir porque maneja los hilos de la marioneta, podría premonizar su disposición a arreciar corrientes que carecen de desembocaduras.



Tal es el caso del este último team ministerial, colcha de enroques, remiendos y retazos que, de paso, pone al descubierto que a la pandilla bolivariana le importa un bledo que sus militantes haya votado a Fulano, Mengano y Sutanita para gobernaciones y Parlamento, y no vacilan en hacerlos parte de un gabinete mediático y postrimero con aroma de transición.



Al menos es lo que estiman suspicaces analistas que saben como y donde se bate el cobre chavista y juzgan el nombramiento de Tareck el Aissami en la vicepresidencia ejecutiva y la defenestración de Aristóbulo (consolado con funciones comunales) como señal de que algo se cocina en la trastienda roja. El regreso al line up del preterido Jaua y la inclusión de un aspecto del eterno, Adán, parecen corroborar esas presunciones.



Aparece en el nuevo organigrama, jefeando el despacho de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, un homófobo notorio e impaciente, que pasó por la universidad, sí, pero ésta no pasó por él, el diputado Hugbel Roa, cuyos 15 minutos de fama se sustentaron en injurias de ocasión a los cardenales Porras y Urosa, y al lanzamiento de un micrófono contra un parlamentario de la oposición, ¡una joyita, vamos!



Sería ocioso y tedioso listar a todos los recién digitados y reencauchados con los que el jefecillo civil vende la idea de renovación, ¿quién lo cree?, para el arranque, tácito reconocimiento de que perdimos tres años a causa de su ineptitud; no lo sería, sin embargo, contrastar sus escasas luces con la inteligencia de quienes dieron brillo a sus carteras cuando el saber hacer era conditio sine qua non para ocuparlas.



Editorial de El Nacional

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